En este viaje que he tenido la suerte de hacer, he conocido otros mundos dentro del mismo planeta, he observado paisajes humanos extraordinarios, y he comprendido a todo aquel que se ha dejado conocer. En el transcurso del camino, acompañado con personajes tan variopintos, no me ha dado tiempo a aburrirme porque llevábamos el propósito de hacer a la gente preguntas que no tuvieran respuestas, preguntas que crearan más preguntas, oscilar en los límites de lo desconocido, en definitiva: agitar conciencias, incluídas las nuestras, en un mundo dormido de justicia.
En mi primera etapa del viaje caminé mucho, alcancé los horizontes perdidos y elaboré un ramo de flores, aquel ramo de flores especiales que pidió como regalo Patricia. Ella quería las flores del Reconocimiento, la esperanza, la de la fuerza, la alegría, la flor del amor y aquella que promete fidelidad y constancia. Todas las tuve en mis manos, todos los colores se imprimieron en las pupilas de los caminantes, pero… el mar, Patricia, no cabe en un vaso de agua. El mar hay que conocerlo, vivirlo. Tú tienes un sueño y tienes que ir a buscarlo. Las flores se marchitaron con el paso del reloj y solo hay una posibilidad. Tú misma tienes que hacer el camino y encontrarlas.
Nuria pidió que visitara Stonehenge, y así lo hice. Justo en el Solsticio de verano llegamos allí y pudimos apreciar la maravillosa y misteriosa figura del patrimonio megalítico inglés. Al atardecer el sol se escondía justo en el eje transversal del monumento, lo cual nos hace suponer que los hombres y mujeres que levantaron estas piedras conocían los ciclos del tiempo y el movimiento de las estrellas. ¿Trataban de comunicarse con sus Dioses? ¿Inauguraban así la temporada estival? ¿Existiría alguna relación entre la cosecha y los antepasados? El misterio sigue latiendo bajo sus piedras, y eso aprendí… que todo no tiene respuesta, que el conocimiento no es un continente hermético, que la sabiduría flota entre la verdad y la intuición. Nuria atrévete a conocer, “el búho de Minerva sólo levanta su vuelo al romper el crepúsculo”.
La arena de la playa pesaba demasiado y no he podido trasladarla, pero existen esas playas que nombrabas, solo tienes que ir a disfrutarlas, y a ayudar a conservarlas, porque cada vez son menos.
Mi viaje siguió durante meses y llegué a Egipto. En las aguas del Nilo me acordé de que Inma me pidió un obsequio triple: la flor de Loto, un remedio contra el olvido y la píldora de la felicidad completa y duradera, y ¿sabes una cosa? Busqué la flor de Loto y la encontré, había millones de ellas en las franjas del gran río. Todas esbeltas y hermosas. Los otros dos elementos fueron más difíciles, pero al fín, una abuela que regentaba un bazar en EL Cairo me desveló el secreto, mientras cantaba los versos de Benedetti: “el olvido no es victoria sobre el mal ni sobre nada”. Y con respecto a la felicidad, nadie es feliz eternamente, solo hay que saber congelar esos momentos y no olvidarlos, compartirlos.
Por cierto, aquella mujer me contó que la flor de Loto es la flor de la valentía al levantarse. Según los griegos una hermosa diosa huyó al bosque asustada y fue a parar a un lugar llamado Loto donde se hundió, lugar llamado así por los supremos dioses destinado para los fracasados y perdedores en la vida. La joven diosa luchó durante siglos y logró salir en forma de una hermosa flor, de largos pétalos. Por ello, para los griegos significaba el triunfo después de haber luchado incansablemente en contra del fracaso.
Las anécdotas salpican todo el viaje que hice, y como Mari Jo y Lorena, querían que les trajese todas aquellas que me llamaran la atención, os cuento un hecho que me sucedió. En el lejano oriente, justo en la frontera del Tibet y China, el tiempo parece detenerse. Los días pasan sin más, el viento parece pedir permiso, los árboles son pocos porque la zona es muy seca y los animales son raros y desconocidos. En ese mundo separado de cualquier otro, la gente es muy parecida a la de aquí, tienen las mismas fibras y tejidos, los mismos miedos y dudas, arrastran recuerdos de generaciones anteriores y temen por el equilibrio futuro. Llegué a ese lugar tras un largo recorrido, muy cansado pero con la moral alta y apoyado por todos los amigos que me acompañaban. El primer día conocí a un sabio, estaba sentado bajo un árbol endeble y comenzamos a intimar, decía tener 120 años, aunque como era tan chistoso siempre creí que era una de esas mentiras que hacen de la existencia algo más llevadero. Montaba a caballo cada día para ir a rezar a su templo budista y me enseñó cosas sobre su cultura. Es un hombre increíble, organizaba las estrellas, rompía las esquinas, volteaba los prejuicios y cuidaba las ideas, ordenaba las frases de manera elegante y contaba historias porque, en palabras textuales, “es la única manera de tener el fuego encendido”. Uno de esos días al montarse en su animal, resbaló y sacudió su cuerpo al suelo. Creí en ese momento que se habría hecho daño, pero al levantarse parecía sacudirse los años, y tras unos segundos apuntó: “Si pierdes el caballo, puedes recuperarlo; pero si pierdes la palabra, es para siempre.” Y para siempre me hice su amigo, saltando los límites del tiempo y sabiendo gracias a él, que contar las cosas nos hace tomar conciencia de ellas.
Nunca me dio su nombre, pero algunos le llamaban “El portador del fuego”.
En todos los sitios que estuve había gente y toda esa gente enseñaba sonrisas. Y fue en esos instantes cuando recordé lo que requirió Lourdes: fotografías de todas las sonrisas del mundo. Y era tarea ardua, porque hubo mucha gente que compartió momentos en las noches de fogata, muchas personas que me recibieron con los labios estirados, muchos hombres y mujeres que me desvelaron los secretos más profundos de sus estirpes. Muchas sonrisas irrepetibles que, si las fotografiaba, se disolvían de espontaneidad. Por eso decidí no hacer más fotos y disfrutar de cada una de ellas. Te lo cuento de esta manera porque comprobarás con los años que una sonrisa es algo curioso, nace al menos entre dos personas, y contagia al otro de una chispa invisible. “I hope you enjoy every smile”
Alba y Ana decidieron tener un recuerdo curioso, la primera quería una cuerda con objetos enlazados de cada sitio por el que pasaba, y la segunda unas pulseras para su colección particular. Pues os puedo decir que no os las he traído, y ¿sabéis por qué? Os contaré lo que ocurrió: Este viaje tan largo por el mundo me llevó a sitos inhóspitos, algunos de los cuales me costaba mucho pronunciar. Crucé los siete mares, visité islas perdidas y atravesé los grandes desiertos. En cada lugar que dormía iba elaborando la cuerda para Alba y aglomeraba pulseras para Ana. Un día de horrible calor llegamos a uno de esas encrucijadas de desierto llamadas “Oasis”, justo detrás del penúltimo espejismo que vimos. Era un pequeño y acogedor pueblo vibrante de ruidos, animales y seres humanos de aquí y de allí. Parecía que nadie habitaba ese lugar porque nadie parecía quedarse. Todos iban de un lado para otro, pensativos en sus comercios, esperando la próxima caravana, no sé, como soñando con algo que vendría y les cambiara el horizonte. (me acordé del Oasis del Alquimista)
La primera noche la pasamos al raso, entre camellos y bullicio nocturno, nos quedamos dormidos muy pronto debido al cansancio del viaje. A la mañana siguiente un grupo de mujeres del desierto nos sacó del sueño con un golpe de agua fresca. Sacudí mi cuerpo del suelo y miré a mi alrededor, encontrándome solo en el vacío del desierto, tumbado en las dunas, acurrucado al resto de mis compañeros de viaje. ¿Dónde estaban todos? ¿Hacia dónde se habían llevado el pequeño pueblo bullicioso? Las mujeres del desierto nos explicaron que había sido una ensoñación por la falta de agua y comida. Era muy usual que pasaran estas cosas en el desierto. Una de ellas, la mirada más profunda de todo el viaje, me con venció de la situación. Nos calmamos de la sorpresa, bebimos, comimos y fuimos cuidados por ellas en un lugar no muy lejano, alejándonos poco apoco de nuestro espejismo. Al recuperar energías volvimos a nuestra senda y caminamos rumbo a lo desconocido.
Para agradecer todo lo que habían hecho por nosotros les regalé la cuerda con objetos y las pulseras. Entenderéis que fue por una causa noble, y además tenéis que saber que en todos los lugares que vayáis existe gente que vale la pena.
Carlos, el frasquito de agua que guardaba para ti, tuve que dárselo al chamán de la tribu del desierto. Se hacían llamar “hombres azules”. Eran muy fuertes y ágiles, y decoraban sus cuerpos con un azul misterioso que capturaban de las tardes frescas. El chamán era muy sabio y tenía una enorme preocupación: no había visto el mar. Él sabía que yo llevaba en mi mochila un trozo de mar enfrascado y me lo pidió. Yo le dije lo mismo que a Patricia: “El mar no cabe en un vaso de agua”, y él me dijo: “Pero con un vaso de agua puedes explicar el mar a otros”. Y este es el verso que me pediste. Enseña todo lo que aprendas, comparte cada invento que hagas, expande tus conocimientos con aquellos que no lo tienen. No lo olvides Carlos.
Silvia, me querías hacer una entrevista a mi regreso, pero como ves tú misma tienes que viajar y hacer las preguntas a aquellos y aquellas que tienen las respuestas. Reportera, para despedirme de ti te dejaré un verso de Jaime Gil de Biedma: “El hecho de estar vivo siempre exige algo”. Busca el secreto y verás lo que esconde.
Carmen a última hora exigió de cada sitio un elemento especial, así que te traje en una nube la nostalgia crepuscular del Cantábrico, el amanecer nebuloso de Londres, los ríos de pintura de París, la calle con graffiti más larga del mundo en Gante, la pesca paciente de los chinos del sur, el mar del caribe y su reflejo, el otoño de New York, el invierno de Montevideo con las cafeterías abiertas arreglando el mundo, la libertad que le falta a Venezuela, el Malecón 2000 en Guayaquil, las casa azules de Túnez, el oro que no hay en África, el silencio de la Tierra de Fuego, el compás por bulerías de Utrera… Todo en la nube, y la nube me seguía por los senderos. Y al final, cuando estaba apunto de terminar mi viaje, cuando creía que todo iba a acabar, me di cuenta que todas esas cosas que transportaba mi cúmulo nimbo, no podían quedarse en una sola persona. Todos debemos saber que existen esos sitios, así que deseé que lloviera encima de cada persona que necesitara un cambio de rumbo, y así fue… Espero que lo comprendas.
Todos aquellos que no hicieron su petición de regalo también estuvieron en mi mente durante mi camino (Amate, Iván, David, Rafas, Diana, Kimberly, Álvaro, Cristina, Cristian o Lidia), así que desde aquí os mando el mayor de los recuerdos.
Ahora estoy aquí en Ciudad de Ideas, pero estos meses estuve en otras ciudades, paseé por muchas calles, conocí a gente increíble y juré volver a todas. Hoy me toca despedirme de vosotros. Ya estáis preparados para la creación de una nueva urbe, sólida y justa. El faro que os guió, aquel faro que alternaba destellos de luz con espacios de sombra, se evapora en la orilla de vuestro mar. Es el momento de emprender otro viaje (1º de Bachillerato) donde os guiarán otros faros, donde los piratas y las sirenas intentarán raptaros, y no puedo decir que no os dejéis nunca raptar…
Como os habéis dado cuenta, os prometí un regalo individual, y con la búsqueda de esos regalos hemos aprendido cosas. Lo importante no es encontrar algo, sino el camino y el tiempo que hemos empleado en ello.
Muchas gracias por todo lo que me habéis dado en estos dos años fantásticos. Cuando el tiempo pase y el recuerdo se doble, no olviden que durante dos años fueron los habitantes de la Ciudad más hermosa del mundo.
Eternamente vuestro.
PD: Perdón, una vez más, por el retraso.